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EL REALISMO FRANCÉS

EL REALISMO FRANCÉS
 
Gustave COURBET (1819-1877), artista comprometido, cuyas obras estuvieron siempre rodeadas de polémica. Su formación como artista no siguió los cauces convencionales y fue un infatigable estudioso del arte, copiando a los viejos maestros, en especial, los naturalistas del siglo XVII, como Caravaggio y Velázquez. Su paleta cromática, basada en el predominio de colores negros y pardos, fue inequívocamente española. Irrumpió con fuerza en el mundo artístico al presentar en el Salón de París de 1850 una serie de obras monumentales, entre las que se encontraban Entierro en Ornans, Los campesinos de Flagey y Los picapedreros.
 
 La temática de estos cuadros era provocadora, pues se trataba de representaciones de un entierro de pueblo, de la vuelta de unos campesinos de la feria de un pueblo vecino y de unos peones camineros que trabajaban en un camino rural, respectivamente; pero lo que suscitó sorpresa y escándalo entre el público y la crítica fue el tamaño desmesurado de las telas, que suponía conceder el rango de las grandes obras de historia a acontecimientos, no sólo banales, sino enfáticamente vulgares. En la primera de las citadas, la más célebre, colocaba, en primer término, un friso de figuras monumentales, retratos de personajes reales de su pueblo natal. Era, así pues, una especie de fotografía enorme de una ceremonia popular.
 
En El taller del pintor (1854-5), también de gran tamaño, se manifiesta muy bien el modo en que Courbet intentaba crear una nuevo tipo de alegoría contemporánea. Sobre esta obra el pintor manifestó lo siguiente: «Una alegoría real que recapitula siete años de mi vida artística», «la historia moral y física de mi taller» y, en fin, una representación de «todas las personas que sirven a mi causa, me sostienen en mi ideal y apoyan mi actividad». En el citado lienzo aparece el autorretrato de Courbet pintando, junto a una figura desnuda, y un conjunto variado de diversos personajes reales, entre los que podemos reconocer los principales sostenedores y amigos del pintor.
 
Courbet fue también un formidable paisajista y audaz y brillante pintor de desnudos femeninos, dotando a ambos temas de una fuerza física casi táctil. En los paisajes, que recogen lugares recónditos y frondosos, donde la naturaleza muestra su potencia, hay una grandeza trágica. Los desnudos resultan sorprendentes por la libertad con que el artista hasta se atreve a representar detalles anatómicos que nadie había osado pintar antes o escenas de amor lésbico.
 
Jean-François MILLET (1814-1875) También relacionado con el mundo rural, aunque de una mentalidad, temperamento y pensamiento muy distintos a los de Courbet, Jean-François Millet ha pasado a la historia como el pintor de campesinos y, en especial, por el cuadro que le ha hecho universalmente célebre, El Ángelus (1859).
 
Sin embargo, la importancia de Millet no se debe al hecho de haber tratado este tema de predilección romántica, sino a haber representado con la mayor exactitud y crudeza el trabajo rural. Sus campesinos no son felices e ingenuas gentes primitivas, sino seres deformados por el esfuerzo físico cotidiano y cuyas vestimentas son pardas y grises, sin ninguna diferenciación folclórica. Millet, de procedencia campesina de Normandía, no puede evitar identificarse con estas gentes del mundo rural, que era el suyo, y en sus cuadros hay un cierto simbolismo subyacente, una especie de mística donde se exalta religiosamente esta vida campesina que él desveló en su cruda verdad. Fue Millet, también, un notable pintor de paisaje, que trató con maneras realistas, como los miembros de la llamada Escuela de Fontainebleau o de Barbizon, entre los que vivió durante algunos años.
 
Honoré DAUMIER (1808-1879).-La tercera gran figura del realismo francés, la del grabador, pintor y escultor Honoré Daumier. A diferencia de los dos anteriores, su temática es casi cien por cien urbana. La ilustración gráfica ocupó casi las tres cuartas partes de su trabajo creativo, lo que provocó que, en su época, y aún hoy, se le identifique fundamentalmente por su obra gráfica, que es, sin duda, extraordinaria, pero que no debe ocultar su labor como pintor y como escultor.
 
Sus grandes dotes como dibujante y su agudeza intelectual, que le permitió ser un lúcido y penetrante crítico de la realidad social, le encarrilaron de forma natural a la ilustración gráfica, que, antes de ser sustituida por la fotografía, constituía el nervio de casi todas las publicaciones periódicas. Nadie se libró de la mordaz denuncia de Daumier, que hubo de pagar por ello, pues llegó a ser perseguido por la justicia y encarcelado. Sus cuadros, de tonos negros, abordaron la misma temática de esas pobres gentes, humilladas y ofendidas, proletarios y, a veces, también campesinos, que viajan en trenes en tercera clase o hacen la colada en los arrabales de la ciudad.

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