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DAVID Y GOYA: DOS PINTORES SIGNIFICATIVOS

 DAVID Y GOYA : DOS PINTORES SIGNIFICATIVOS

El fenómeno de convivencia de tendencias y estilos diferentes es característico del arte desde la segunda mitad del XVIII hasta hoy. Y nada mejor para ver este fenómeno que estudiar a dos grandes figuras de la pintura como son el francés David (1748-1825) y el español Goya (1746-1828). Como se puede ver, sus nacimientos y muertes acontecieron en fechas próximas y, además, a ambos les tocó morir fuera de su país, exiliados por razones políticas.


A David se le suele clasificar como el creador y prototipo de la llamada pintura neoclásica. A Goya, dada la complejidad de su evolución y la potencia de su genio, simplemente no se le adscribe a ningún estilo, pues, habiéndolos experimentado todos, su obra se proyecta hacia el futuro.


David, un artista al servicio de la Revolución


Nace en 1748. En 1776 David viajó a Roma, donde permaneció cuatro años; allí completó su formación artística y tuvo oportunidad de vivir el ambiente de culto hacia la Antigüedad que entonces practicaban muchos de los mejores intelectuales europeos instalados en Italia.

No sin esfuerzos y crisis, David encontró en Roma su camino como artista, y, al comienzo de la década de 1780, logra un formidable éxito internacional con una serie de cuadros que representaban el ideal de la época: Belisario pidiendo limosna (1781); El juramento de los Horacios (1784-5), que causó sensación y fue el que le otorgó una popularidad hasta entonces desconocida por los artistas; La muerte de Sócrates (1787) y Los lictores devuelven a Bruto los cuerpos de sus hijos (1789), este último pintado el mismo año en el que se inició la Revolución francesa, en la que David participó de forma muy directa y activa, adoptando el comportamiento, tan característico de nuestra época, del «artista comprometido».

Estilo, temas, intenciones: Con ligeras diferencias, la tres últimas obras mencionadas condensan lo más característico del estilo de David: son tres escenas de interior; las figuras están encuadradas en un primer plano de rígida estructura prismática, lo que tiene algo de agobiante por el uso que hace el pintor del efecto del claroscuro.

El uso del claroscuro naturalista está inspirado claramente en Caravaggio. Los temas elegidos son episodios de la Roma republicana y, en un caso, de la Grecia clásica, que entonces se comenzaba a reivindicar, pues tradicionalmente se consideraba «primitiva», en comparación con el mundo romano. Sus héroes no son triunfadores exaltados en medio de su gloria, sino personajes trágicos que mueren o se sacrifican por un ideal superior.

Frente a la exaltación de los valores femeninos de cordialidad afectiva y erotismo, que habían dominado en la sociedad francesa hasta el momento, David reivindica de nuevo la vieja moral masculina, de compromiso inquebrantable, la exaltación de la lucha y la ausencia o postergación de los sentimientos e intereses personales.
Estas composiciones son ejemplos de genuina pintura política, en las que el disfraz antiguo no nos engaña respecto a su evidente intención de hacer una crónica crítica de la actualidad.

David siguió pintando en los años posteriores a la Revolución y además creó un multitudinario taller con miles de alumnos, venidos de todas partes de Europa. Obtuvo bastantes honores, sobre todo en la era napoleónica, pero, aunque siguió haciendo una crónica visual de la actualidad, disfrazándola a veces con historias de la Antigüedad clásica -Las sabinas (1799) o Leónidas en las Termópilas (1814)-, fue perdiendo esa imponente fuerza moral de sus etapas anteriores, como si le faltara el aliento poético cuando el mundo giraba alrededor de ideales distintos a los suyos.

Goya

Primeras etapas


Nace en Fuendetodos (Zaragoza) y su primer aprendizaje es con Luzán, un pintor zaragozano. A los 26 años, tras regresar de una interesante y fecunda experiencia en Roma, Goya se instaló en Zaragoza, donde comenzó a abrirse paso profesionalmente. Se casó, en 1773, con Josefa Bayeu, hermana de los pintores Francisco y Ramón Bayeu.


Triunfar de verdad como pintor en la España de entonces exigía marchar a Madrid y lograr un reconocimiento en la Corte. Goya lo intentó en 1775, a los 29 años, pero, aunque contaba con el apoyo de su cuñado, el pintor Francisco Bayeu, ya bien instalado en los círculos oficiales, la empresa no resultó fácil. Goya se empeñó en esta batalla con ahínco durante los siguientes quince años y, aunque no dejó de obtener estimulantes reconocimientos, la década de su definitiva consagración fue la de 1790, que es también la de su madurez biológica y artística.


En todo caso, sin desmerecer lo que hizo en su primera juventud en Zaragoza como pintor, la obra de Goya muestra su potencialidad a partir de su instalación en Madrid, donde perfeccionó sus conocimientos artísticos, pudo contemplar la fabulosa colección artística de los reyes y trabó relación con un núcleo de intelectuales de la Ilustración española, que le acogieron con simpatía y le apoyaron en todo momento.

La primera tarea de Goya en la Corte fue modesta: pintar cartones para tapices. Goya trabajó en los cartones hasta comienzos de la década de 1790, y pronto dio muestras de sorprendente brillantez en un tipo de obra con considerables limitaciones, ya que la temática era impuesta al artista y las pinturas estaban pensadas para trasladarse al tejido.
Entre las últimas series de estos cartones (fines de la década de 1780 o comienzos de la siguiente) nos encontramos con verdaderas obras maestras del género, como La nevada o El invierno, El albañil herido, La pradera de San Isidro, La gallina ciega, El pelele, etc.
Durante esta primera etapa madrileña, Goya obtiene importantes éxitos personales, logrando un puesto en la Academia de San Fernando y el nombramiento como pintor de cámara del rey, además de labrarse una buena clientela como retratista.

La madurez
En 1792, sufre una grave enfermedad que le deja sordo. Continuó con los encargos, de todo tipo: retratos, grandes decoraciones o cuadros de género. Pero, junto a ellos, hace apuntar, por primera vez, un mundo de fantasía, cuyo aspecto alucinatorio no está divorciado de la realidad, sino que, por el contrario, se inspira en ella. Es la serie de 80 grabados titulada Caprichos, que se publicó en 1799, en donde manifiesta sus más recónditas inquietudes, que a menudo toman un aspecto de pesadilla, y hace un retrato cruel de la sociedad española e, incluso, parece adentrarse en la crisis del optimismo racionalista de la Ilustración, como se refleja en El sueño de la razón produce monstruos.

El triunfo oficial de Goya como pintor coincide con el derrumbamiento de su mundo y el de sus amigos tras la Revolución Francesa. Goya es nombrado director de pintura de la Academia de San Fernando, primer pintor de cámara del rey y se erige en la figura capital del arte español de ese momento, pero todos estos honores los va a tener que disfrutar en medio de unas circunstancias cada vez más frustrantes y peligrosas.

Tras los años de incertidumbre política que se vivieron en España antes de la invasión napoleónica en 1808, se desató la Guerra de la Independencia, cuyo espanto no sólo conmovió a Goya por las despiadadas escenas a las que dio lugar durante cinco años consecutivos, sino porque el invasor era el mismo que, pocos años antes, había hecho la Revolución y defendía ideas políticas renovadoras que el pintor compartía.

Los sufrimientos morales de Goya no terminaron con el fin de la Guerra de la Independencia, ya que el regreso de Femando VII al trono español, negándose a reconocer los cambios políticos promovidos en las Cortes de Cádiz, sumió al país en una nueva época de oscurantismo y represión, sólo interrumpida por la sublevación de Riego y el llamado «trienio liberal», entre 1820 y 1823, al fin del cual la situación de Goya se hizo tan difícil que marchó al exilio, muriendo, en 1828, en la ciudad francesa de Burdeos, a los 82 años.

Significación de la última etapa de Goya
La obra realizada por Goya durante el primer cuarto del siglo XIX no sólo adelantó muchos de los temas del entonces naciente romanticismo, sino que iluminó el arte y la conciencia de toda nuestra época contemporánea. En este tiempo, Goya realiza otras tres series de grabados, los Desastres de la Guerra, la Tauromaquia y los Disparates, y pinta las sobrecogedoras escenas de la sublevación madrileña del 2 de mayo de 1808 y, sobre todo, la de la posterior masacre del 3 de mayo. Esta última, conocida también como Los fusilamientos de la Moncloa, es un manifiesto moral: la proclamación de la victoria de los vencidos. Es el momento, en fin, en el que pinta las espeluznantes Pinturas negras, que decoraban los muros de su casa, y muchos retratos de sorprendente modernidad.

Parte de la importancia de lo que hizo Goya en esta última etapa de su vida se refleja en la influencia que ejerció en las sucesivas vanguardias artísticas posteriores, desde los románticos hasta la de los impresionistas. Aunque las tres cuartas partes de la vida de Goya transcurrieron en el siglo XVIII, su obra trascendió su época y cobra pleno sentido en el arte posterior, sobre el que influyó de manera decisiva.

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