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EL PAISAJE REALISTA

EL PAISAJE REALISTA
El paisaje, considerado un género menor en la pintura tradicional, cobró una importancia excepcional a partir del romanticismo, convirtiéndose, en algunos casos, en el tema pictórico más relevante. Ahora bien, mientras la importancia del paisaje como género se mantuvo constante, cambió por completo su forma de representación pictórica. Para el pintor romántico la naturaleza era divina y, cuando se enfrentaba con ella, no le interesaba tanto lo que veía, sino lo que sentía y lo que se creía capaz de descifrar del lenguaje inscrito en ella por Dios, sus mensajes, sus símbolos.
Como reacción frente a este tipo de paisaje, surge la valoración de una visión y una vivencia más exactas de la naturaleza, despojando al paisaje de todo simbolismo, convirtiéndolo progresivamente en un tema sin significación, neutro, sin contaminación literaria alguna, por lo que resulta muy apropiado para explorar los valores plásticos puros. Aquí está la importancia fundamental que va a tener el paisaje en el desarrollo del arte inmediatamente previo a las vanguardias del siglo XX. Un eslabón fundamental en esta historia lo constituye la corriente de paisaje realista y pre-impresionista de la Escuela de Barbizon, así como otras escuelas, la de Le Havre y la de Provenza. Para tratar de la pintura de paisaje de esta época es imprescindible aludir a Jean-Baptiste-Camille COROT (1796-1875), una figura artística excepcional; fue un paisajista cuya obra llena todo el siglo XIX, aunque desde una perspectiva tan personal que no cabe en ningún esquema o grupo.
Su dilatada vida le permitió conocer y aprovechar algo de todos los sucesivos movimientos vanguardistas del siglo XIX, desde el neoclasicismo hasta el impresionismo, y su aportación principal fue haber servido de enlace o de síntesis entre la desaparecida tradición del paisaje y las nuevas concepciones románticas y realistas, así como de todos los complejos y variados avatares del paisaje contemporáneo. Corot logró una formidable conjunción de todo lo mejor que se había hecho en paisaje a lo largo de los siglos, fuera en Italia, en Francia o en los Países Bajos. Su formación académica, que transcurrió durante largo tiempo en Italia, le proporcionó un sentido inigualable de la composición, pero tenía además un sentido moderno de la naturaleza, que recorría sin cesar tomando apuntes del natural, y fue un portento en la captación de la luz, lo que le cualificó para adelantarse en muchas cosas a la revolución de los impresionistas.
La Escuela de Barbizon
El núcleo esencial del paisaje realista fue la mencionada Escuela de Fontainebleau o Barbizon, llamada así por un grupo de pintores que se instalaron en el bosque de Fontainebleau, no muy lejos de París, una de cuyas pequeñas aldeas se denomina Barbizon.
Este antiguo bosque real, dedicado a la caza, se había conservado en su primitivo estado salvaje, lo que interesó sobremanera a estos pintores, decididos a vivir y pintar en medio de la naturaleza. La iniciativa partió del paisajista Théodore Rousseau (1812-1867), que hacia 1845 decidió instalarse en ese bello y áspero paraje junto a un grupo de seguidores, entre los que actuó como jefe de grupo. Entre éstos se encontraban Charles-François Daubigny (1817- 1878), y Virgile-Narcisse Díaz de la Peña (1808-1876).
Contrarios a la enseñanza clasicista y a la idealización romántica, estos pintores no sólo aprovecharon la lección naturalista de Constable, sino que se sumergieron en el paisaje, inaugurando esa costumbre de «pintar sobre el motivo», es decir, directamente del natural, que después acabaría haciendo furor.

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